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El precio de la luz, el arancel silencioso que lastra a Europa en la guerra comercial: "Pagamos cuatro veces más en las fábricas vascas que en Texas"

El coste eléctrico de la industria europea es el doble que el de EEUU y un 50% mayor al de China, dos bloques que han desplegado una estrategia de dominio energético mundial

Trabajadores de la plataforma petrolera offshore Shell Vito en Texas (EEUU) en 2022.
Trabajadores de la plataforma petrolera offshore Shell Vito en Texas (EEUU) en 2022.Eddie SealBloomberg
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La planta de la estadounidense Alcoa en San Cribao (Galicia) estuvo dos años parada, desde 2022, por la escalada de los precios eléctricos. Hasta el pasado abril, el punto crítico de la negociación para su supervivencia fue la garantía de una energía barata. Unos meses antes, Aldel, el único productor de aluminio primario de Países Bajos, suspendió las pocas operaciones que aún mantenía por el coste de la energía. Ambos casos reflejan una realidad que no es nueva, pero que preocupa doblemente en un escenario de guerra comercial. La factura eléctrica de la industria está acelerando la pérdida de peso de la Unión Europea frente a Estados Unidos y China, dos bloques que, además, han desplegado una estrategia de dominio energético mundial.

Inquieta a Bruselas, al Banco Central Europeo, a los gobiernos de los Veintisiete y a sus empresas. En 2024, los precios de la luz para las industrias de la UE con mayor consumo de electricidad (electrointensivas) fueron mucho más bajos que los de 2022, y ligeramente inferiores a los de 2023, pero siguieron estando un 65% por encima de los de 2019. Fueron, además, el doble de caros que los de Estados Unidos y un 50% más altos que los de China. El diagnóstico de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el brazo energético de la OCDE, es claro: "Los altos precios de la electricidad siguen socavando la competitividad de la industria europea".

Desde el municipio alavés de Amurrio, la vasca Tubos Reunidos lo sufre en primera persona. Antón Pipaón, su director corporativo de Desarrollo de Negocio y Sostenibilidad, analiza para EL MUNDO esta brecha energética que, asegura, no solo sufren en comparación con sus homólogos de países low cost. "Las siderúrgicas españolas pagamos la electricidad un 50% más cara que las francesas, muy favorecidas por una tarifa especial apoyada por la energía nuclear". La compañía también es intensiva en gas, por el que paga en las fábricas vascas "cuatro veces más que en nuestra fábrica de Texas". Pipaón asegura que de los cuatro pilares que necesita el sector, talento, tecnología, una cadena de suministro sólida y una energía competitiva; España tiene todos menos el último: "Estamos muy lejos aún".

La aragonesa Solutex, uno de los líderes mundiales en el negocio de los ácidos grasos, tiene oficinas en Canadá, EEUU, India y Corea del Sur; pero las más de 4.000 toneladas de producto que transforma al año salen de su fábrica zaragozana. "Competimos con actores globales y cuando analizamos otros grandes bloques, pagamos hasta tres veces más por la energía", apunta su presidente, Antonio Moreno. "Hay mucha competencia y todo cuenta. La energía es solo una parte de la tarta, pero es importante porque las empresas europeas ya asumimos mayores costes regulatorios y laborales, cosa en la que estamos muy de acuerdo", incide.

El pulso entre Washington y Bruselas obliga a mirar a EEUU. "A la brecha estructural de los precios se suma la elevada carga fiscal y volatilidad europeas que desalientan nuevas inversiones y ponen en riesgo las existentes", asegura Carlos Reinoso, presidente de la Alianza por la Competitividad de la Industria Española, que integran nueve asociaciones representativas del 67% de las exportaciones industriales de España. La luz se ha convertido en un arancel silencioso que lastra al Viejo Continente y acelera una tendencia que arrancó hace 20 años, cuando el producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos empezó a alejarse del de la UE. Hoy, el escalón es del 44%.

"El Informe Draghi identificó claramente el coste de la energía como una de las principales desventajas de la industria europea frente a sus competidores de EEUU y China, en un momento crítico en el que se está reconfigurando el orden económico global", recuerda Jorge Fernández, coordinador del área de Energía y Medioambiente de Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad. "La restricción a ciertos materiales estratégicos y la decidida apuesta por una autonomía energética, basada en renovables y otras tecnologías aún en desarrollo, han elevado los costes de producción y de mantenimiento del sistema, afectando a la competitividad de la industria europea frente a regiones con regulaciones más flexibles", diagnostica Carlos Tallón, asociado principal de Derecho Público y Sectores Regulados de Deloitte Legal.

En Alemania, los 6.000 trabajadores de la acerera Georgsmarienhütte ya trabajan por las noches y los fines de semana, cuando la luz es más barata. Una reciente encuesta de las Cámaras de Industria y Comercio germanas (DIHK) a más de 3.000 empresas ha concluido que el 37% estudia reducir la producción o trasladarse al extranjero por el alto coste energético, frente al 16% que lo pensaba en 2022, en pleno shock eléctrico por la guerra en Ucrania. El porcentaje se dispara al 45% en sectores electrointensivos. "Costes elevados de la energía generan riesgos de deslocalización, al dificultar la viabilidad económica de la industria intensiva y retrasar, o imposibilitar, las inversiones", corrobora Fernández.

"El elevado coste energético, agravado por impuestos y recargos ajenos al suministro, está debilitando gravemente la posición de Europa frente a competidores globales", concluye un reciente informe de PwC, que refleja que más del 40% del recibo eléctrico de la industria en Europa corresponde a impuestos y tasas, frente a menos del 10% en Estados Unidos. La brecha aumenta y se traduce en que las empresas europeas pagan entre dos y tres veces más por la luz que sus competidores estadounidenses. En el caso del gas, la diferencia llega a ser de hasta cinco veces más.

"Los planes europeos plantean reducir los impuestos y gravámenes, y eliminar de la factura conceptos ajenos al coste del suministro", recuerda Tallón, quien matiza que reducir la carga fiscal sobre la energía "no implica en absoluto renunciar a la transición energética, sino asegurar que se alcancen los objetivos sin sacrificar la inversión y el desarrollo económico".

El problema no tiene una solución fácil, pues buena parte de esa brecha de costes responde a que Europa no tiene petróleo ni gas y EEUU, sí. Así lo analiza Gonzalo Escribano, director de Energía del Real Instituto Elcano, quien explica que traer el combustible fósil, del que Europa sigue siendo enormemente dependiente, y hacerlo desde tan lejos como del otro lado del Atlántico, encarece la factura. Respecto a China, atribuye sus menores precios a "la combinación de un mercado energético muy planificado con un modelo que genera serias dudas sobre el uso de la energía como forma de subsidio a sus empresas".

"Europa no tiene gas ni petróleo, pero tiene buenas cartas para competir", confía Escribano. Apunta a la eólica y la fotovoltaica española -"la solar es la energía más barata de la historia"-, y a la nuclear francesa. "Renunciar a la descarbonización sería un suicidio para Europa", enfatiza el experto, quien duda de que la solución pase por una bajada de impuestos. Pide "no responder a Trump con trumpismo" ni repetir errores del pasado: "Hay bloques que tienen una estrategia de dominio energético y Europa no puede dejarse dominar. El gas ruso barato ha sido una de las decisiones más caras para la UE, solo a Alemania le ha costado tres años de recesión técnica y entre 200.000 y 300.000 millones de euros en ayudas".

El recibo de la luz está marcando las reuniones a puerta cerrada que tanto el Gobierno como el Partido Popular están manteniendo estos días con la gran industria para calibrar el proyectil arancelario y el alcance de las represalias. Hasta tres asociaciones industriales coinciden en que el precio de la energía es «vital» ahora que Donald Trump ha empujado a la economía mundial a una fase de proteccionismo feroz y guerra comercial que dirimirá al céntimo. Al Gobierno, le piden combinar las ayudas directas con medidas estructurales que ataquen de una vez los factores que lastran la competitividad.