EL MUNDO DE PAR EN PAR
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Hannah Ritchie, una experta en cambio climático contra el catastrofismo: "El alarmismo hace daño a nuestros jóvenes"

La científica de datos y editora de la web estadística 'Our World in Data' defiende el optimismo crítico en relación al futuro del planeta. "Ignoremos a quienes dicen que estamos condenados. No lo estamos", apremia

Hannah Ritchie, una experta en cambio climático contra el catastrofismo: "El alarmismo hace daño a nuestros jóvenes"
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Los pesimistas parecen inteligentes porque nunca se equivocan. Pero no juegan limpio. Cuando sus apocalípticas predicciones fallan, sencillamente alteran los parámetros. Paul R. Ehrlich, por ejemplo. El biólogo estadounidense publicó en 1968 un bestseller titulado La explosión demográfica, de enorme influencia posterior, en donde anunciaba que «en algún momento de los próximos 15 años llegará el fin». ¿A qué se refería exactamente? A «un desplome total de la capacidad del planeta para sustentar a la humanidad». Es evidente que se equivocó. ¿O no? Más tarde lo volvió a intentar y declaró que «en el año 2000, Inglaterra no existiría». Nuevo error que de ninguna manera desalentó a nuestro agorero. Desde entonces Ehrlich ha ido postergando cada tanto el apocalipsis sin sonrojarse. A día de hoy, a sus 92 años, sigue haciéndolo, mientras el crecimiento demográfico mundial se ralentiza y amenaza con darse la vuelta. Tal vez el catastrofismo le haya servido al biólogo para vender montones de libros, pero para otras personas el efecto podría no ser tan positivo.

Un estudio reciente sobre decisiones reproductivas en Reino Unido sugería que las personas no vinculadas al ecologismo tenían un 60% más de posibilidades de tener hijos que los ecologistas comprometidos. Otra encuesta, en este caso de carácter mundial, preguntaba a 100.000 jóvenes por sus sentimientos acerca del cambio climático. Más de tres cuartas partes pensaban que el futuro que les espera es aterrador. Asegura Hannah Ritchie (1993) que «hay muchos comentaristas y activistas que dirigen sus mensajes a los jóvenes con un alarmismo climático que les impacta y hace daño. Lo sé porque me escriben diciéndome que sienten que no tienen futuro después de ver un vídeo en YouTube o leer un artículo. Es devastador porque, en algunos casos, llegan a la conclusión de que no vale la pena estudiar, trabajar o hacer planes porque el mundo está condenado».

Ritchie es científica de datos de la Universidad de Oxford, editora de la web de información estadística Our World in Data y experta en medio ambiente. Hace no mucho también era una joven «ecoansiosa». Hasta que el estudio atento de los datos le permitió escapar del catastrofismo y mostrarse mucho más optimista sobre el futuro de la Humanidad. Hace un año la entrevistamos en este periódico cuando su original y luminoso libro El mundo no se acaba se publicó en inglés. Sólo han pasado 12 meses y parece un siglo. Ahora Anagrama lo saca en español, el inquilino de la Casa Blanca ha cambiado, Trump ha abandonado el acuerdo de París y un magnate del petróleo es el secretario de Energía de EEUU. ¿Cómo sigue su optimismo?

«Todavía en marcha», responde la autora por videollamada. «Es cierto que la dirección que está tomando la Casa Blanca no es precisamente favorable a la acción climática. Sin embargo, lo realmente importante de estas tendencias es que ya están en movimiento y no se pueden detener. En EE.UU, Trump podría ralentizarlas o retrasar algunos avances, pero no frenarlas por completo. La energía limpia seguirá desarrollándose, la gente seguirá comprando vehículos eléctricos y la transición continuará, aunque tal vez a un ritmo más lento. Lo que está claro es que el resto del mundo avanzará cada vez más rápido. Hemos superado el punto en el que estas tendencias podían revertirse: ahora son imparables. No solo debido a la preocupación por el cambio climático, sino también a razones económicas, a la necesidad de garantizar la seguridad energética y a muchos otros factores que hacen imprescindible abandonar los combustibles fósiles. Así que sí, hay motivos para cierto pesimismo respecto a la situación en EEUU en este momento. Pero lo que es innegable es que esta transición ya no tiene marcha atrás».

Para saber más

Hasta ahora nos preocupaba la velocidad, pero nadie negaba que avanzar, avanzábamos. ¿Y si lo que viene es una involución?
No crea, mucha gente sigue negando que avanzamos. Aunque yo sostengo que lo realmente importante es la velocidad a la que avanzamos, me doy cuenta de que hay una falta de percepción generalizada sobre el hecho mismo del progreso. Por eso, una parte fundamental de mi trabajo es dejar claro que sí estamos avanzando y que la cuestión es cuánto podemos acelerar ese avance. Un punto clave es que estas tendencias no siguen un patrón lineal. Pensamos de forma lineal: si vemos una línea en un gráfico, extrapolamos su trayectoria y asumimos que el progreso de los próximos 10 años será similar al de los 10 anteriores. Pero esto no es cierto en lo que respecta a innovaciones tecnológicas clave. Quizá el adjetivo exponencial esté sobreutilizado, pero muchas de estas tendencias realmente se aceleran con el tiempo. Así, podemos lograr avances mucho más rápidos en el futuro de lo que hemos visto hasta ahora. Sin embargo, solemos cometer el error de subestimar esa velocidad de cambio. Lo vemos en muchos modelos y análisis energéticos: cuando se hacen predicciones sobre el despliegue de tecnologías como la energía solar o las baterías, los informes tienden a errar en sus proyecciones. Y casi siempre se equivocan en la misma dirección: subestiman el ritmo de avance porque asumen un crecimiento lineal, cuando en realidad la evolución es mucho más rápida.
Entrevisté recientemente a Vaclav Smil y me aseguró que el proyecto de un mundo sin emisiones en 2050 es imposible y que deberíamos abandonarlo. ¿Está de acuerdo?
No abandonaría ese objetivo. Pero sí creo que llegar a emisiones netas cero para 2050 será un desafío enorme. Si me diera 10 o 20 años más, sería más optimista; podríamos lograrlo para 2060 o 2070. Alcanzarlo en 2050 requeriría un ritmo de avance extremadamente rápido. Aun así, debemos establecer objetivos ambiciosos. Es importante diferenciar, y ahí a menudo fallamos en la comunicación sobre el clima, entre meta y umbral. Uno de los errores en la comunicación climática es que muchas veces presentamos estos objetivos como si fueran puntos de no retorno o tipping points. Esto lleva a que el público tenga la percepción de que, si no logramos el objetivo de emisiones netas cero en 2050, el mundo colapsará. Para ser claros: si no lo logramos a tiempo, habrá impactos gravísimos y devastadores. Pero no se trata de un precipicio en el que todo está bien en 2049 y en 2050 entramos en un escenario apocalíptico. No funciona de esa manera.
Defiende que nunca se entendió bien lo de fijar el aumento de la temperatura en 1,5 ºC porque dio alas a los apocalípticos.
Sí. El objetivo de 1,5 °C se estableció para limitar el aumento de las temperaturas globales, pero, incluso cuando se fijó, yo ya era bastante escéptica sobre la posibilidad de alcanzarlo. La velocidad de los cambios necesarios para lograrlo siempre me pareció poco realista, y sigo pensando lo mismo: no conseguiremos mantener el calentamiento por debajo de 1,5 °C. La clave de la ciencia climática es que, con cada décima de grado adicional, los daños y riesgos aumentan progresivamente. Pero no hay un interruptor que se active de repente al pasar de 1,49 °C a 1,51 °C. Por eso, es positivo tener un objetivo ambicioso e intentar mantener el calentamiento lo más bajo posible. Pero a menudo se transmite el mensaje de que si superamos los 1,5 °C, entraremos en una espiral de calentamiento descontrolado. Y eso simplemente no es lo que dice la ciencia.

Cuando Hannah Ritchie comenzó a escribir El mundo no se acaba, imprimió una foto suya más joven y la puso, bien visible, junto al ordenador. Era una manera de recordarse que aquel era el libro que ella misma habría necesitado una década antes. En 2010, cuando llegó a la Universidad de Edimburgo para iniciar sus estudios de Geociencia Medioambiental, Ritchie no podía imaginar el pozo negro y depresivo en el que estaba a punto de despeñarse. «En cuatro años no recuerdo oír hablar de una sola tendencia positiva», reconoce. Calentamiento global, subida del nivel del mar, acidificación de los océanos, destrucción de los arrecifes de coral, deforestación, lluvia ácida, contaminación y esos osos polares hambrientos a la deriva en finos bloques de hielo a punto de derretirse... «Creía estar viviendo el periodo más trágico de la historia de la Humanidad».

Ritchie estaba tan deprimida al acabar sus estudios que barajó cambiar de profesión. Hasta que un día se encontró con un hombrecillo nervioso y de un optimismo desbordante en la pantalla de su televisor. Se trataba del médico, estadístico y conferenciante sueco Hans Rosling. «La revista Nature afirmó en un artículo que sólo tres minutos con Hans Rosling cambiaban tu opinión sobre el mundo. A mí me hizo cambiar la mía».

En contra de las tristes profecías del habitual coro de cenizos, los datos indicaban que el mundo mejoraba en prácticamente todos los aspectos, desde la reducción de la mortalidad infantil hasta la de la pobreza. También en lo que respectaba al medio ambiente o a la sostenibilidad. Aquello no era, sin embargo, una llamada a la pasividad, a no hacer nada. Al contrario. Lo que estamos haciendo está teniendo impacto, funciona. ¿Cómo no seguir aún con más ahínco?.

Merz, el próximo canciller de Alemania, ha anunciado que paralizará el desmantelamiento de las centrales nucleares. ¿La energía nuclear jugará un papel en nuestro futuro energético o dejará de tener sentido el día en que solucionemos el problema del almacenaje de las energías renovables?
La energía nuclear seguirá desempeñando un papel, pero la magnitud de su contribución dependerá mucho de cada país. La energía nuclear no puede, ni podrá, escalar al mismo ritmo que las renovables. Construir plantas nucleares suele ser más caro y requiere mucho más tiempo, especialmente en Occidente, donde los proyectos tienden a exceder ampliamente los presupuestos y plazos de construcción. Y necesitamos desplegar energía limpia con rapidez. Por eso, las renovables representarán la mayor parte del crecimiento y muchos países podrán avanzar sin recurrir a la nuclear. Especialmente en las regiones ecuatoriales, donde los recursos solares son abundantes, es probable que la combinación de solar, eólica y baterías sea suficiente para cubrir la demanda. En países como el Reino Unido, el desafío es más complejo. Aquí no tenemos mucho sol, especialmente en invierno, por lo que será necesario complementar las energías renovables con otras fuentes, ya sea la hidroeléctrica, nuclear u otra alternativa. Dicho esto, creo que este desafío sería más sencillo hoy si, en el pasado, hubiéramos apostado más decididamente por la energía nuclear. Si en las décadas de 1960 y 1970 hubiéramos continuado con el desarrollo de centrales nucleares en lugar de abandonarlo, hoy estaríamos en una mejor posición frente al cambio climático y la transición energética sería más fácil.
¿Y qué hacemos con la IA? Ha escrito que los miedos acerca del consumo energético de los centros de datos han sido muy exagerados. ¿Deberíamos todos calmarnos un poco?
El futuro de la inteligencia artificial es muy incierto. Nadie sabe con certeza cuánta energía demandará ni lo rápido que podría escalar. Sin embargo, basándonos en los modelos a corto plazo, podemos decir que la IA provocará un aumento moderado en la demanda de electricidad. Está claro que, en la mayoría de las economías del mundo, el consumo de electricidad va a aumentar próximamente. Incluso en países donde la demanda ha sido estable durante años. Ese aumento, en realidad, es positivo para la descarbonización, ya que significa que estamos electrificando el transporte, la calefacción y otros sectores, reduciendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Según los datos actuales, la IA representará solo una parte moderada de ese incremento y no más que otras fuentes como los vehículos eléctricos o las bombas de calor, que muchas veces no reciben tanta atención como deberían. Un error que hemos cometido en el pasado es alarmarnos ante posibles aumentos descontrolados en la demanda energética. Ocurrió con los centros de datos: hubo predicciones catastróficas sobre cómo su consumo de electricidad se dispararía, cuando en realidad, gracias a las mejoras en eficiencia, el impacto fue mucho menor de lo previsto. Algo similar podría ocurrir con la IA. Es importante mantener la calma y un enfoque racional, porque muchas empresas eléctricas están aprovechando el temor sobre la demanda energética de la IA para justificar la apertura de nuevas plantas de gas y otras fuentes de energía no alineadas con los objetivos climáticos. Me preocupa que la IA se esté usando como excusa para retrasar la transición hacia un sistema energético más limpio.
En contra de lo que solemos pensar, en 2024 hubo menos desastres naturales que en años anteriores. Uno de ellos ocurrió en España, las inundaciones en Valencia con más de 200 muertos. Rápidamente el debate fue si podíamos culpar o no de lo ocurrido al cambio climático o si se trataba de un fenómeno natural que ocurría más o menos cada siglo con cambio climático o sin él. ¿Quién tiene razón?
Lo que está muy claro desde la ciencia climática es que el aumento de las temperaturas incrementará el riesgo y la gravedad de diversos desastres naturales. Uno de los efectos más evidentes es el aumento de las olas de calor, que tienen un impacto directo en la salud humana. Eso lo sabemos con absoluta certeza. También hay desastres como inundaciones y sequías, cuya intensidad está fuertemente influenciada por los cambios en los patrones de precipitación. Es lógico esperar que muchos de estos eventos se vuelvan más severos a medida que el clima cambie. Dicho esto, es fundamental comunicar que no estamos completamente indefensos ante esta situación. Es fácil caer en la impotencia, pensar que los desastres son inevitables y que no hay nada que podamos hacer. Pero la Historia nos muestra que las sociedades humanas han aprendido a volverse más resilientes frente a los desastres. Por ejemplo, las hambrunas masivas que solían tener lugar en el pasado se han reducido enormemente. Hemos desarrollado infraestructuras más seguras, edificios a prueba de terremotos, sistemas de alerta temprana y mejores servicios de emergencia. Hay muchas medidas que podemos tomar para prepararnos ante los desastres que se intensificarán con el cambio climático.
¿Me puede ayudar a resolver un enigma? ¿Cómo es posible que un fabricante de coches eléctricos como Elon Musk sea la figura más visible y poderosa de un gobierno de Trump amante del petróleo?
Sí, es una paradoja evidente, y no estoy segura de poder dar una respuesta clara. En un principio, tenía la esperanza de que la influencia de Elon Musk tuviera un impacto positivo en la transición hacia la energía limpia. Históricamente, ha sido un defensor de los vehículos eléctricos. Tesla fue la primera empresa que logró que fueran atractivos y accesibles, ayudando a impulsar la revolución del automóvil eléctrico. También ha respaldado la energía solar, el almacenamiento en baterías y otras tecnologías clave para la transición energética. Aún es pronto para saber qué influencia real tendrá, pero hay señales contradictorias. Ha expresado en varias ocasiones su apoyo a una mayor producción de petróleo y gas, al tiempo que promueve los vehículos eléctricos y las energías renovables. Su visión parece centrarse en la idea de que el mundo necesita más energía en general, lo que incluye tanto fuentes limpias como fósiles, lo que entra en conflicto con los objetivos climáticos. También hay que considerar que, en este momento, no parece estar enfocado en el sector energético sino en múltiples proyectos, desde criptomonedas hasta la gestión de redes sociales y otras iniciativas que no tienen nada que ver con la transición energética. Tal vez simplemente no ha dedicado suficiente atención a este tema dentro del gobierno. Más allá de Musk, hay contradicciones más amplias en la política energética de EEUU difíciles de entender. Por ejemplo, al mismo tiempo que se promueve la extracción de más petróleo y gas, también se busca acceso a los minerales críticos de Groenlandia para la producción de energías limpias. Si no planean una transición real hacia la energía renovable, ¿por qué tanta urgencia en asegurar estos minerales? Estas contradicciones reflejan una falta de coherencia en la estrategia energética del país. Ni siquiera quienes están tomando las decisiones tienen del todo claro hacia dónde se dirigen.
¿No le preocupa que su visión optimista fundada en datos sea utilizada por quienes tienen intereses económicos en no reducir sus emisiones?
El riesgo de que mi trabajo sea malinterpretado en ese sentido es muy bajo. En ningún momento, ni en mi libro ni en ninguna de mis publicaciones, abogo por aumentar las emisiones o el uso de combustibles fósiles. Al contrario, mi enfoque siempre ha sido demostrar que la transición a la energía limpia es completamente viable. Además, esta transición no solo es crucial para el clima, sino que conlleva una serie de beneficios adicionales, por lo que no solo deberíamos avanzar en esa dirección, sino hacerlo con mayor rapidez. Ese es el mensaje que espero que la gente extraiga de mi trabajo. Recibo muchos comentarios de lectores, tanto del público en general como de profesionales de distintos sectores, y el feedback ha sido abrumadoramente positivo. Muchas personas me han dicho que estaban considerando cambiar de carrera para trabajar directamente en la lucha contra el cambio climático, pero se sentían desmotivadas y no habían tomado ninguna acción. Al leer mi libro, encontraron el impulso que necesitaban. Era fundamental para ellas tener una dosis de optimismo y saber que este es un problema con solución, porque lo es. También recibo comentarios de personas que trabajan en inversión o en grandes empresas, y nadie me ha dicho: «Gracias por defender mis inversiones en combustibles fósiles». Al contrario, lo que buscan es orientación sobre dónde dirigir sus inversiones para impulsar el progreso en la transición energética y dónde deberían enfocar sus esfuerzos y recursos para contribuir a la solución. Así que, si hay alguien que está utilizando mi trabajo de manera distorsionada, o bien no me lo está diciendo, o simplemente no está ocurriendo. «La sostenibilidad es la estrella polar de la Humanidad», concluye Ritchie. En realidad, como demuestra la autora en su libro a través de un torbellino de datos e historias, la humanidad nunca ha sido sostenible. Pero, gracias a los avances económicos, científicos y tecnológicos, podemos estar a punto de lograrlo y de legar a nuestros descendientes un medio ambiente mejor del que nos encontramos. Esta vez sí tenemos opciones y eso debería volvernos aún más responsables de lo que vendrá. «Ignoremos a quienes dicen que estamos condenados. No lo estamos. Podemos construir un futuro mejor para todos. Hagamos realidad esa oportunidad».

El mundo no se acaba

Editorial Anagrama. 472 páginas. 24,90 euros. Puede comprarlo aquí