¿No te ha pasado que de forma inesperada quieres comer dulce o tienes un ataque de hambre que te pide devorar la bolsa de patatas fritas o atracar la nevera? ¿Quizá empiezas a comer y a comer y no puedes parar hasta sentirte llenísimo? Los expertos consultados coinciden: sientes ansiedad que se deriva en hambre emocional.
La ansiedad se define como una respuesta innata de nuestro organismo como un mecanismo de defensa para ponernos en alerta frente a distintos estímulos: sensación de nerviosismo, de que estás en constante peligro, pánico, aumento del ritmo cardíaco, respiración acelerada... Así lo explica la nutricionista Nathalia Farias Murillo, quien asegura que lo mencionado anteriormente podría alterar tu conducta alimentaria.
Debido al momento que estamos viviendo, Farias Murillo reconoce que todos hemos pasado por momentos de ansiedad, ya sea por estrés laboral, estudiantil, problemas familiares y la constante preocupación por contagiarnos (o contagiar a nuestros seres queridos). "Esta ansiedad suele acompañarse con alimentos calóricos y poco saludables", dice la experta.
Principales síntomas del hambre emocional
"El hambre emocional trata de saciar con alimento, necesidades relacionadas con personas o situaciones, con necesidades de auto-cuidado, de crecimiento y de desarrollo. Y es que para cada hambre disponemos de un tipo alimento", nos explica Eva Fontcuberta, terapeuta y coach, quien nos invita a descubrir qué se entiende por hambre emocional para poder detectarlo (y diferenciarlo) del hambre fisiológico.
La psiquiatra de la Universidad de Chile, Katherine San Juan Brinck, nos explica cuáles son los principales síntomas del hambre emocional:
- Comer para aliviar el estrés o los malos sentimientos
- Comer como una celebración
- Comer como recompensa
- No poder controlar el impulso de comer
- Hambre repentina ante una situación complicada
- Comer sin tener hambre física
- Voluntad de comer alimentos específicos
- El tiempo para comer puede ser más rápido de lo habitual
- Sentimiento de culpa o arrepentimiento después de comer
Hambre emocional vs hambre fisiológico
"El hambre fisiológico se siente de manera gradual. Quizá comienza con un pequeño malestar en el estómago, como si se encogiera, una sensación incómoda en la cabeza. O quizá, ¿ya no te acuerdas de cómo se siente? Si es así, puede que estés teniendo, desde hace tiempo, una ingesta emocional de comida", explica la terapeuta Eva Fontcuberta.
Sostiene que este tipo de hambre puede esperar y es menos caprichoso. Cuando hay hambre real, una manzana es una buena opción porque estar satisfecho es suficiente. Es decir, hay consciencia de saciedad y no genera sentimientos negativos. "Puedes parar una vez satisfecho y no te vuelve el hambre a la media hora", añade.
El hambre emocional, por el contrario, es repentina y urgente; llega como un impulso por lo que hay que actuar al instante. Es caprichosa (deseo de comidas específicas como una hamburguesa, chocolate, chuches... quizá por el recuerdo de que cuando me sentía de una u otra manera éstos me ayudaron a calmarme).
Y nos indica que aquí no somos conscientes de nuestra saciedad: "Aunque esté lleno, puedo seguir comiendo hasta encontrarme mal física y psicológicamente. Incluso me da hambre después de haber comido", asegura. En definitiva, y como consecuencia, asegura que el hambre emocional provoca sentimientos negativos. "Al final, siento vergüenza, culpa, pesar, me prometo no volver a hacerlo, me cuesta hablar de ello, me oculto, me escondo…", garantiza.
Cómo controlarla
El temor a perder el control de nuestra alimentación, a comer de más en una fiesta, juntarnos con nuestros amigos y que haya un alimento prohibido es lo que nos genera la conocida ansiedad alimentaria. "Por supuesto que se puede controlar", asegura Antonela Aguilera, licenciada en nutrición. Para ello, nos explica que hay que comenzar a percibir cuáles son los momentos que nos generan mayor ansiedad.
"Es ideal hacerlo en conjunto con un profesional que nos ayude a controlar el sentimiento y que no sea al revés". Como nutricionista, propone dar planes de alimentación que sean acordes a los gustos de cada uno y ser flexible, no prohibir, no demonizar alimentos, generar empatía con el paciente, escucharlo y entenderlo. "Es un trabajo de hormiga, pero no imposible", asegura.
Farias Murillo, por su parte, nos anima a seguir las siguientes pautas:
- Establece horarios de alimentación y respétalos.
- Ten siempre a mano un snack saludable, como frutas, frutos secos o algún lácteo.
- Ten siempre a mano una botella de agua para estar hidratado todo el día.
- Apuesta por alimentos ricos en Omega 3, triptófano y magnesio.
Para concluir, Fontcuberta sostiene que cada persona tiene unas circunstancias especiales y únicas que necesitan un proceso individualizado. Y a la vez, todos necesitamos gestionar bien nuestras emociones, tener un propósito vital y estar nutridos, por dentro y por fuera, con comida en el plato y alimento relacional, sentirnos queridos, importantes y saludables a todos los niveles.
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